Despertar es todavía seguir soñando. Ese momento cuando la tenue realidad está aún contagiada por los confines del sueño y las formas conocidas de la habitación pierden sus contornos en la somnolencia, como si los anhelos de la vigilia cedieran sin remedio al soñar. En ese instante de límites borrosos, volúmenes y fondo son indistintos. No existe un lenguaje que los separe. Es un intersticio tan frágil que incluso lo pierde la memoria.
Las figuras que aparecen en las obras reunidas aquí pueden imaginarse en ese umbral entre mundos. Cuando van ganando cierta nitidez, la evaden, se conjugan con otra masa y se revelan siempre fugaces. En este tiempo impreciso, bultos inacabados se amalgaman en un movimiento tenue e imperceptiblemente vital. A través de este encantamiento que producen pinturas, dibujos y esculturas, Waysatta comparte en su primera exposición individual en Campeche, una reflexión personal de largo aliento sobre su experiencia en la organización colectiva, sus fuerzas en tensión y desdibujamientos.
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La muestra está conformada por obras múltiples que componen secuencias en narrativas no lineales. Una serie de 25 pinturas al óleo sobre tela cuyo formato recuerda las viñetas de un cómic, reúne bultos cabezoides que se vuelven siameses en su intensa cercanía. De esta forma, masas en escenas envolventes se van transformando ante nosotros en cuerpos colectivos. Cada cuadro reúne a varios de ellos, sugiriendo en las partes a una comunidad, al mismo tiempo que una unidad de fragmentos intercambiables. La serie de tres dibujos de gran formato realizados con pastel sobre papel japonés continúa la confluencia. Esta vez de cuerpos trazados con afán caricaturesco sin rostro ni cabeza. En ambos conjuntos queda suspendida la identidad individual, pero el poder de los cuerpos juntos ––donde las líneas de unos definen simultáneamente a otros– crea la tensión del espacio imaginado.
La serie de esculturas trasluce una referencia clave que atraviesa toda la muestra. Se trata de una serie de vasijas de cerámica ensambladas por sus aberturas con una mezcla de ceniza y agua como aglutinante, que replican la forma de los contenedores fabricados con barro en la meliponicultura. La artista ha estudiado y convivido con las abejas meliponas, distinguidas por no poseer aguijón como mecanismo de defensa, sino que han desarrollado complejas formas de organización que cumplen esa función regulatoria con el entorno. La organización colectiva es su forma de defensa. Otro elemento sustancial es la ceniza, empleada en la arquitectura de dichos enjambres para unir los contenedores, sellarlos y permitir nuevamente separarlos para mirar dentro de ellos. En las pinturas y dibujos de la exposición, el gris cenizo comunica y genera la continuidad de las formas. En las esculturas, es la materia que une las vasijas y constituye la tinta de los dibujos en su superficie. Así, la unión es lo que construye el dibujo. En todas ellas, la ceniza es la sustancia nutritiva que remite a la memoria y la integra a un presente compartido. En palabras de la artista, las meliponas nos enseñan cómo a veces se realiza “toda una construcción para honrar un punto de contacto”, resistente en su fragilidad.
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Varios aspectos del imaginario presente en las obras, proceden de su experiencia como miembro de diversos colectivos artísticos durante los últimos 15 años, entre ellos Cráter Invertido. De dicho espacio común proceden aprendizajes como la realización de cómics, la necesidad de narrar a partir de la repetición de patrones, el dibujo a manos múltiples como registro de imaginarios y el estudio de la ambigüedad de personajes convertidos en escenarios y paisajes.
Así, un espacio de digestión de lo colectivo se encuentra en estas obras como continuación de esa forma de trabajo, por otra vía. Una donde ya no sólo se construye la cotidianidad de lo común, sino donde se explora como motivo y materia la relación entre el fragmento y el conjunto, entre las partes y el todo. Se trata de una meditación sobre las dinámicas respiratorias en comunidad. De una inhalación que se recoge en la unidad de una persona, y una exhalación que al distender amalgama particularidades antes dispersas. De esta manera, la artista ahonda sobre esa “masa” que (nos) une y que da forma a la intensidad de los vínculos. Quizás en la desidentificación de las partes está la posibilidad de aglutinarnos. Quizás el enigma del deseo que integra los fragmentos en momentos excepcionales y poderosos de la vida, está en encontrar la ceniza que une y usar su memoria para reimaginar puntos de contacto, aun sin lenguaje, en los límites borrosos del despertar.
- Roselin Rodríguez Espinosa -
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Vista de exposición: Waysatta Fernández, Donde reposa la ceniza, Campeche, Ciudad de México, 2025Cortesía de la artista y Campeche, Ciudad de MéxicoFotografía por Ramiro Chaves