La galería Campeche de la Ciudad de México exhibió por primera vez en el país obra de la artista austriaca, con quien conversamos
- Laura Pardo
Hacia finales de los años sesenta los movimientos contraculturales habían permeado todas las capas creativas de la sociedad y aterrizado, con pocos filtros, en la fotografía de moda y hasta en la publicidad. Este ambiente psicodélico expansivo fue el motor de una modelo austriaca –de curiosidad ensanchada y ojo educado en la Escuela de Moda de Viena en el Palacio Hetzendorf– para sacudirse los reflectores y ponerse tras la lente. Elfie Semotan (Wels, 1941) tomó la cámara y no la soltó jamás. Pronto se mudó a París, donde estuvo bajo la tutela del artista canadiense John Cook. Al volver a Austria su estilo rebelde y directo sobresalió en la publicidad, primero, y luego en la moda, en la que abrió caminos poco ortodoxos que aún hoy están siendo explorados. Sus palabras lo explican mejor:
Mi trabajo siempre tuvo más que ver con las personas que con la moda, aunque siempre me gustó mucho la moda: la belleza, lo nuevo y lo que el diseño puede hacer contigo y por ti, ¡las herramientas que le da a la gente para expresarse! En esa época intentábamos construir una nueva sociedad, creíamos en los proyectos y en la posibilidad de forjar no sólo una nueva mirada, sino también nuevas formas de pensar y de ver la vida. Estaba segura de que la publicidad podía ser inteligente y útil. Sigo creyéndolo, pero no sé si alguna vez se utilice de ese modo.
Después de publicar en las mejores revistas de moda y de una larga colaboración con Helmut Lang, la artista se mudó a Nueva York, donde su carrera tomó vuelo internacional. A mediados de los noventa colaboró en varios proyectos con su entonces marido, el artista alemán Martin Kippenberger. Poco a poco el trabajo de Elfie Semotan escaló al ámbito de las artes visuales, donde es cada vez más apreciado. Su obra abarca autorretrato, naturaleza, objetos inanimados; su mirada no le teme a los estereotipos para detenerse en aquellos detalles que los desafían: un reflejo inesperado, una pierna que se ha movido, un objeto descolocado que convierte la opulencia en extrañeza.
La inspiración es más variada de lo que pensaba. Comienza con la necesidad de fotografiar con una mente independiente, de encontrar una idea interesante que también cree una comprensión de lo que es importante para mí. Hay tanta belleza desapercibida y situaciones inimaginables y un montón de pensamientos lúdicos que se relacionan con una necesidad de insistir en mi gusto poco espectacular en el sentido del preciosismo y el lujo. Amo la belleza en todos los sentidos, pero no como sistema para confirmar tu pertenencia a una determinada clase o grupo.
La galería Campeche, en la Ciudad de México, presentó por primera vez la obra de la austriaca en el país en la exposición Color y carne, que, curada por Úrsula Dávila-Villa y Anna Stothart, abarcó treinta años de trabajo, de 1990 a 2020. La muestra fue un acercamiento a los temas que han definido su obra. Al respecto, intercambiamos ideas con la artista, que vive y trabaja entre Viena y Burgenland, al este de Austria.
Tienes razón al preguntar sobre el azar y del error. Sí, es un juego, pero encuentro bastante seria la forma en que lo estoy jugando. Siempre intento apegarme a las reglas que he establecido en mi trabajo y en mis relaciones. Lo que a veces es complicado, porque también me seduce la belleza, lo perfecto, y es difícil resistirse. Sé que corro el riesgo de ser incomprendida.
Uno de los aspectos más interesantes de la exposición es cómo resulta imposible encontrar distinción alguna entre obra comercial y obra personal. ¿Haces esa distinción cuando fotografías?
Creo que lo que he dicho antes lo explica: me apego a lo que es la base de mi vida, mi trabajo y mis relaciones. Eso se aplica a todo, y siempre intento avanzar con esa convicción, que a veces no ha sido tan exitosa o consecuente como yo deseaba. Soy consciente de que puedo parecer muy estricta, aunque en realidad soy amable y abierta.
Elfie Semotan, Sin título (Naturaleza muerta con autorretrato), Nueva York (2016/2022). Cortesía de la galería Campeche
Tienes una experiencia de muchos años en la publicidad y la moda, dos ámbitos siempre cuestionados en círculos feministas, así que me llama la atención que tu mirada se haya mantenido en todo momento muy cálida y personal, lo más alejada posible de las exigencias de ambas industrias. Me gustaría saber cómo lo has conseguido, y si has visto cambios en los últimos tiempos, especialmente en lo que se refiere al feminismo. ¿Consideras que algo se ha movido a favor de las mujeres?
Siempre me preocupó cómo se trataba a la gente en los ambientes de la moda, quizá porque me preocupaba mucho cómo me trataban a mí, y cuáles eran las consecuencias de ese trato. Cuando me preguntan cómo hice para mantenerme fiel a lo que sentía y a mi forma de hacer las cosas, caigo en cuenta de que simplemente no tuve opción: necesitaba hacerlo a mi manera. Era consciente de que esto no me llevaría a la cima en esta industria, pero creía que estaba poniendo en la mesa una nueva e interesante manera de mostrar la moda: tratar a los modelos como seres humanos, respetando su individualidad y mostrándolas en entornos alejados de las excepcionales y lujosas locaciones habituales.
Me gusta la gente, me gustaba trabajar con toda esa gente joven, incluso con mucha de ella establecí lazos durante el tiempo que trabajamos juntos. Me entristecía cuando el trabajo terminaba, pues sentía que debía alimentar este vínculo recién establecido. Y esto, por supuesto, era imposible… Pero incluso años después, cuando volví a ver a estas personas, me dijeron que recordaban cómo se sentían apreciadas cuando trabajábamos juntos.